viernes, 26 de diciembre de 2008

Mi Padre Celestial....


Padrenuestro… ciertamente durante esta oración, se necesita mirar a Cristo y quedarse en sus palabras; pondremos nuestro corazón en “fragante delito de oración”, nutriendo así nuestro espíritu, abandonándonos en los brazos del Padre. Como es el caso de Santa Teresita del Niño Jesús:

“Un día su hermana Celina entraba en su celda y encontró a su hermana diciendo el ‘Padrenuestro’ con gran recogimiento. Y en sus ojos brillaban unas lágrimas. Y añade: ‘ella amaba al Buen Dios como un niño ama a su padre con giros de ternura increíbles. Durante su enfermedad sucedió que hablando de Él, ella tomó una palabra por otra y lo llamó ‘PAPÁ’. Nos pusimos a reír, pero ella repuso toda emocionada: ‘¡Oh si! Ciertamente Él es PAPÁ, y cómo me es dulce darle ese nombre’”
(C. y S -Consejos y recuerdos-., p.82)

Pero en ese diálogo tan simple, hay lugar para toda una gama de sentimientos y de intercambios, como se hace con un amigo que nos escucha y nos ama. Se le habla familiarmente para decirle lo que se tiene en el corazón y toca nuestra propia vida: “hago como los niños que no saben leer –dice Teresa-, sin hacer frases bellas, y Él siempre me comprende”. (M. A. -Manuscritos autobiográficos-, p.290).

Que hermoso es abandonarse en Dios y sentirse protegido. Tal es la oración de abandono en Teresa:
“un día entré a la celda de nuestra querida hermana y me sorprendió su expresión de gran recogimiento. Cosía activamente, pero parecía perdida en una contemplación profunda:
‘Le pregunté: ¿en qué piensas?’
-Medito el Padrenuestro –me respondió-. ¡Es tan dulce llamar al Buen Dios, nuestro Padre! Y en sus ojos brillaron unas lágrimas”
(C. y S. –Consejos y recuerdos-, p.81)

Yo ya gozo en la oración, disfruto el llamarle Padre y verdaderamente hallo en eso el placer de orar y contemplar la belleza y la grandeza de mi Padre Celestial; ese Padre que me llena con una sobreabundancia de amor misericordioso.

Para terminar, quisiera citar un texto lleno de humor traído por Henri Brémond. Podía aplicarse a Teresa, como a todos los pequeños a quienes se les revela el misterio del Reino. Él ilustra bien lo que hemos intentado decir aquí muy imperfectamente:
“La Madre de Ponconnas, fundadora de las Bernardinas reformadas, en el Dauphiné, estando en Ponconnas en su infancia, llegó donde ella una vaquera que le pareció tan rústica, que creyó que no tenía ningún conocimiento de Dios. Ella la puso aparte y comenzó a trabajar en toda su instrucción de todo corazón. Esa niña maravillosa le pidió con abundantes lágrimas que le enseñara lo que debía hacer para poder terminar el Padrenuestro, porque, decía ella en su lenguaje montañero: ‘No logro llegar al final. Desde hace cinco años, cuando pronuncio la palabra PADRE y pienso que ése que está allá arriba –decía ella levantando el dedo-, que ése es mi Padre, lloro y permanezco todo el día en ese estado, mirando mis vacas”. (BRÉMONT. Histoire du sentiment religieux, II., p.66)

(Textos tomados de “El Amor es mi vocación”. Teresa de Lisieux)


Iria Agreda

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